—Esto de la evolución es fantástico, un proceso realmente asombroso
—declaró el profesor de biología, mientras sus alumnos —la mayoría, al
menos— lo escuchaban con atención, y uno de ellos, una chica de cabello
abundante y rizado, movía lentamente la cabeza en señal de
desaprobación.
—Sus procesos naturales son fascinantes, pero cuando hay intervención
humana, aunque sea de modo involuntario, da lugar a resultados…
bastante simpáticos —continuó mientras trazaba en la pizarra una línea
de tiempo geológica, a la vez que la chica crespa seguía meneando la
cabeza incrédulamente.
—Vean si no el siguiente caso… ¿alguien tuvo o tiene gatos?
—No.
—Sí.
—Prefiero a los perros, son más fieles.
—Los gatos son más cariñosos y menos destructivos.
—Los gatos son superiores.
—No, los gatos se creen superiores, es muy distinto.
—Sirven de guardianes, cuidan a los niños…
—Los gatos son elegantes, cazan ratones.
—Su cola se mueve como una serpiente.
—Prefiero a los Koalas, son tan tiernos.
—¡Osos Panda Forever!
—Bien, bien, el asunto es que todos los que han tenido gatos han
escuchado alguna vez su lastimero maullido pidiendo comida o agua ¿no?
—Sí.
—Obvio.
— Pues les contare algo notable, una estrategia que los gatos han
desarrollado durante miles de años de convivencia con los humanos, desde
que un felino salvaje empezó a merodear por las casuchas de los
primeros humanos sedentarios… Posiblemente en Mesopotamia y no en Egipto
como se creía anteriormente, el caso es que…
Noche sin Luna, 11:45 PM
Víctor sintió el pinchazo del miedo, fue algo brusco y él prefirió
pensar que era solo intranquilidad. Se engaño a sí mismo pensando que
esa sensación en la boca del estomago era preocupación porque llegaría
tarde a la casa de su novia y que ella se alarmaría pensando en que algo
le había ocurrido. Sin duda era eso, esa sensación —que él prefería no
llamar miedo— era por la angustia que inútilmente sufriría su novia,
nada tenía que ver con desembocar en un laberinto de calles
desconocidas, iluminadas apenas con la amarillenta luz del alumbrado
público, y absolutamente solitarias, con el sonido de sus pasos creando
eco como única compañía y el lejano rumor de vehículos acelerando por
calles que él no veía.
Se había extraviado, había decidido tomar un atajo, abandonando una
avenida muy transitada, subiendo por unas escaleras, doblando en la
esquina de una cancha de basquetbol, tomando como referencia un bloque
de edificios de departamentos de color rojo, y se había perdido.
Caminaba por una calle demasiado ancha y demasiado silenciosa para su
gusto, rodeado de casas con las puertas cerradas y cortinas corridas,
sus pasos resonando en el silencio mientras los nombres de las calles no
le decían nada.
El barrio no se veía pobre, con sus casas pareadas todas idénticas
con sus antejardines enrejados, mientras la acera se llenaba de bolsas
de basura reventadas por los perros. El barrio no se veía pobre, pero
tampoco parecía seguro, era su soledad y silencio lo que lo
intranquilizaba y creaba ese hueco en su estomago, ese hueco que él
prefería no llamar miedo, solo preocupación, por no poder llegar a
tiempo, por su celular sin carga y sin utilidad, por el escaso dinero
que cargaba y que era insuficiente para tomar un taxi, y los autobuses
parecían haber desaparecido junto con la luz del día.
Oía lejanamente el ruido de la televisión y ocasionalmente un
automóvil irrumpía en la solitaria calle y se alejaba raudo, pero estaba
solo, ninguna figura humana caminaba por las mismas calles que él bajo
la luz amarillenta de los faroles, y las pocas que veía a lo lejos no
parecían ser de buenas personas.
En las esquinas se había asomado a calles donde, a lo lejos y en
lugares donde la oscuridad parecía hacerse más densa, veía a grupos de
personas, sentados o a pie, caminando en direcciones en las que no se
toparía con ellos.
No podía verles las caras, mucho menos estimar que edades tenían,
bien podían ser chicos muy jóvenes de padres descuidados y perfectamente
inofensivos —¿Pero en verdad un adolescente de 15 años podía ser
inofensivo?— o bien endurecidos maleantes del tipo que te pregunta la
hora mientras que con la diestra te pone un cuchillo al cuello. Sus
voces le llegaban débiles y confusas y el aceleró el paso mientras que
aquel pinchazo en el bajo vientre se intensificaba. Se sabía vulnerable,
muy vulnerable, y sabía que podía terminar siendo una estadística más,
de aquellas que los noticieros despachan en un par de minutos. Sabía que
podía desaparecer y al final ser solo un enigma y un recuerdo doloroso
para su novia, sus padres y las pocas personas que lo querían en el
mundo.
Y en ese estado de ánimo se topó con un terreno baldío, el cual
observó con desconfianza desde la acera contraria. Ocupaba la mitad de
una manzana, rodeado por tres de sus cuatro costados por muros, dentro
no había más que escombros, basura y sombras, terreno propicio para toda
clase de actos ilícitos, de aquellos que involucraban sexo, drogas y
violencia, o una combinación de todos ellos.
Y entonces escuchó un llanto.
Era débil, apenas audible en el opaco silencio de la noche, pero era
un llanto. Triste, agobiante, volvía a la noche aun más oscura.
Se fijó en unas cajas de cartón cerca de uno de los muros, más
adentro del terreno de lo que desearía, cajas grandes, vacías y rotas
pero que aún conservaban su forma original, y el llanto parecía provenir
de allí. Cruzó la calle, se acercó prudentemente, aguzó todos sus
sentidos, no solo el oído, y este último le dijo que si había un bebé
abandonado sin duda debía de estar allí, en medio de los cartones,
pasando frio y hambre.
Su olfato le informó de otra cosa, allí había algo, obviamente estaba
el olor pringoso y desagradable de la basura y de la tierra seca, pero
también algo mas, algo vago, algo similar a plumas o a pelo, como cuando
uno hunde el rostro en el pelaje de un perro mojado. Pero él lo ignoró,
el hielo en la boca del estomago — aquello que el insistía en no llamar
miedo— seguía allí, pero también decidió ignorarlo, de no estar sus
pensamientos concentrados en aquel invisible bebé habría pensado que en
eso consistía lo que llamaban valor.
—Tranquilo bebé, ya estoy contigo —murmuró mas para sí que para la
criatura, su llanto era cada vez más fuerte, empezó a rebuscar entre los
cartones con precaución, tenía que estar frente a él…
El cambio fue brusco, más que eso, instantáneo, simplemente se quedo
paralizado, no solo su cuerpo sino también su mente, simplemente todo se
trastocó. El llanto se apagó y surgió un silbido, casi como el de una
víbora, y un gañido y de pronto frente a él, invisible aún, ya no estaba
un bebe desvalido sino algo que gruñía, babeaba y ladraba, algo
espantoso con garras y pelos y dientes, y con una cola erizada, todo
esto lo vio mas con los ojos de la imaginación que con los de la vista y
de pronto se vio rodeado de cosas, cosas similares a lo que había en
medio de las cajas y que poco antes había fingido ser un bebe, cosas que
habían permanecido ocultas, quizás enterradas en la arena, y que ahora
saltaban sobre él, hundían sus dedos de uñas afiladas en un carne y le
cubrían la boca, para hacerlo desaparecer en medio de la noche, sin un
grito, sin un solo testigo.
—¿Cómo dijo? Ah, usted no cree en la evolución, me imagino que será…
si, creacionista. Ah, cree que todo eso es solo una forma de negar a
Dios. Me imagino que usted es evangélica, es decir, protestante ¿no?…
¿Es católica? Me sorprende, porque precisamente la iglesia católica
acepta la evolución… No, no es broma… en serio no lo es… ¡Yo soy
agnóstico y parece que se mas de la doctrina de la iglesia católica que
usted!
—Bien, mas tarde discutiremos esto, lo que quiero contarles es lo
siguiente: que los gatos son unos bastardos manipuladores, y su maullido
de hambre es lo que pasa cuando seres superiores conviven con criaturas
menos astutas durante milenios… los seres superiores por cierto son los
gatos.
Los gatos han aprendido con sus maullidos a imitar el llanto de un
bebe, no estoy inventándolo, el maullido de atención de un gato, ya sea
por hambre o sed, tiene el mismo tono, frecuencia —no es exactamente
así, pero se entiende— que el llanto de un bebé, y lo hacen así para
llamar nuestra atención y despertar nuestro instinto de protección hacia
los recién nacidos de nuestra especie, y desviarlo hacia ellos.
¿Astutos, no?