jueves, 24 de mayo de 2018

¿Cual es la verdadera historia del Santo Grial? ¿Cuales son sus origenes?


Pero, ¿qué es eso del grial y de dónde sale?


Si usted es de los que han perdido su tiempo leyendo a personajes como Enrique de Vicente, sabrá perfectamente que el grial es la copa que usó Jesucristo en la última cena... o que es una copa en la que José de Arimatea recogió la sangre de Jesucristo durante la crucifixión... o que es las dos cosas, da igual, lo importante es que la tal reliquia tiene potentísimos poderes mágicos y el que la encuentre va que arrea camino de dominar el mundo.

Eso dicen los ocultistas, pues.

Lástima, verdaderamente, que a los evangelistas bíblicos se les haya pasado anotar el detalle ése de José de Arimatea, recogiendo la sangre de Jesucristo en una copa, escena sin duda hollywoodesca y sabrosa.

También les gusta añadir a algunos que la misteriosona palabra "grial" es una especie de contracción absurda de "sangue royale", que en francés moderno es "sangre real". Esto puede tener que ver con la copa que contuvo la sangre de Cristo o con la línea "de sangre" de los hijos y nietos de Cristo hasta nuestros días.

Y, eso sí todos, gozan sugiriendo que al parecer los Templarios, o más bien los Pobres Caballeros del Templo de Jerusalén, una de tantas órdenes monástico-militares surgidas en tiempos de las cruzadas, encontraron el grial y lo traían de allá para acá.

Los templarios, a partir de su fundación como "pobres caballeros" en 1096, en la primera cruzada, pasaron a convertirse en poco tiempo en una organización que disponía de enorme riqueza y el favor del Papa. Tal riqueza y poder provocaron envidias crecientes, hasta que en 1307 el rey Felipe IV de Francia arrestó a todos, les aplicó horrendas torturas y los hizo confesar todo tipo de atrocidades heréticas. Felipe IV no se andaba con chiquitas, considerando que acusó también de horrendas herejías al Papa Bonifacio VIII. El caso es que después del arresto masivo de templarios en Francia, El Papa Clemente V, que al principio defendió a los templarios, se vio convencido por las confesiones y procedió a eliminar la orden entre 1308 y 1311. La riqueza de los templarios se la dividieron encantadas de la vida otras órdenes monástico-militares como los Hospitalarios y hasta allí quedó la cosa hasta que los ocultistas empezaron a tejer fantasías sobre el tema ya bien entrado el siglo XIX.

¿Y el grial?


Bueno, el grial en sí es un invento de un escritor de bestsellers.

No, no de Dan Brown, claro, sino de Chrétien de Troyes, un brillante francés del siglo XII, contador de historias de caballería que en gran medida puso las bases de las leyendas arturianas. Es autor de cuatro libros completos, entre ellos El caballero del león y El caballero de la carreta. En estos romances en verso, pone en el papel las historias de caballeros como Yvain (Gawain) o Lancelot (Lanzarote) que luego tendrían protagonismo en la leyenda arturiana. Hacia el final de su vida, alrededor de 1175, escribe Le Roman de Perceval ou le Conte du Graal (El romance de Perceval o el cuento del grial). La obra quedó inconclusa pues Chrétien falleció cuando llevaba 9000 líneas y cuatro autores trataron de terminarla (la edición de la Biblioteca Medieval Siruela El Cuento del grial de Chrétien de Troyes y sus Continuaciones incluye las cuatro, y es buenísimo). Por supuesto, el libro de Chrétien fue el que usó Wolfram von Eschenbach años después para componer su Parzival.

La historia de Chrétien tiene su origen, al parecer, en el relato celta de Peredur, el hijo de Evrawc. Las similitudes entre las historias son notables, pero no nos vamos a meter en los detalles de la historia, que es la de un joven que decide hacerse caballero y vive aventuras varias, sino solamente en el capítulo donde Chrétien inventa el grial.

En una de sus correrías, Perceval llega a la corte del Rey Pescador. Mientras cena, ve que pasa un paje con una lanza blanca con una gota de sangre que baja de la punta hasta la mano del paje, y luego dos pajes con dos candelabros de al menos diez brazos cada uno y, por supuesto (copio de la edición de Siruela arriba indicada):

Una doncella, hermosa, gentil y bien ataviada, que venía con los pajes, sostenía entre las dos manos un grial. Cuando allí hubo entrado con el grial que llevaba, se hizo una claridad tan grande, que las candelas perdieron su brillo, como les ocurre a las estrellas cuando sale el sol, o la luna. Después de ésta vino otra que llevaba un plato de plata. El grial, que iba delante, era de fino oro puro, en el grial había piedras preciosas de diferentes clases, de las más ricas y de las más caras que haya en mar y tierra; las del grial, sin duda superaban a todas las demás piedras.

Punto. Finis. Nada más.

El grial pasa un par de veces más ante Perceval sin que Chrétien considere oportuno darnos más datos sobre él, sobre todo porque el verdadero problema (lo que le traerá toda suerte de contratiempos al joven e ingenuo caballero en las páginas subsiguientes) no es el grial en sí, sino el no haber preguntado a quién se sirve con el grial. No sabe (ni tiene por qué saber, por cierto) que debe preguntar a quién se servía con el grial, y lógicamente no pregunta para no parecer zafio e ingenuo, lo cual resulta una involuntaria metida de pata monumental.

¿Existía una escena parecida en la historia de Peredur? Sí, pero en ella no hay grial. Durante la cena pasan dos jóvenes con una lanza gigantesca con tres regatos de sangre que caen de la punta al suelo, y luego dos doncellas con una gran bandeja entre ellas, en la cual había la cabeza de un hombre, rodeada de gran profusión de sangre. Si bien esto podría ser reminiscente de la historia de Juan Bautista y Salomé, no tiene nada que ver con el grial de Chrétien. El grial que usa Von Eschenbach, por su parte, es una piedra que alimenta.

O sea, que el inventor del grial como tal es Chrétien de Troyes. Y la descripción sinceramente no parece la de una copa, porque suena raro que la doncella la lleve con las dos manos, además de que en una copa no caben tantas piedras preciosas ni se ven con tanta claridad como para justificar el asombro de Perceval. Lo que hace que la mayoría de los estudiosos serios consideren que el "graal" de Chrétien es un "gradale" romano, una bandeja grande (y lo de la "sangue royale" viene quedando en el reino de la etimología ficción a contentillo del buhonero de misterios).

Ni copa ni cosa parecida, pues.

Al menos hasta que apareció Robert de Boron.

Paréntesis medieval


No es fácil imaginar la visión religiosa de la cristiandad del medioevo. La religión lo era todo, todo el tiempo, todo el día, todos los días, en todos los actos públicos y privados. Este hecho, esta presencia religiosa que todo lo impregna, se daba en un ambiente de superstición sin límites. ¿Qué tanto fanatismo se necesita para organizar una cruzada con entre 15 mil y 30 mil niños, todos menores de 12 años, para recuperar Jerusalén?

El medievo era el paraíso de los charlatanes, un lugar donde los productos más exitosos del medievo eran, precisamente, las reliquias, es decir, objetos o trozos de personas que, por su estrecha asociación con algún personaje de la cristiandad, se consideraban plenos de poderes mágicos, capaces de obrar milagros.

Las reliquias que rodaban por la Europa medieval eran verdaderamente un desafío a la capacidad de creer en lo que sea. En distintos templos, y llegadas por los caminos más raros, frecuentemente de la mano de algún antecesor de los paranormalólogos del siglo XXI, se podían contemplar unas gotas de leche de la virgen María, dientes de Cristo, pelo de Cristo, sangre de Cristo, astillas de la cruz (tantas, según algunos historiadores, que daban para fabricar varias cruces), trozos de los pañales de Cristo... ¡uf! Los monjes de Charrox incluso exhibían orgullosísimos el prepucio de Cristo. Lo más interesante es que la iglesia de Joannes Lateranensis en Roma también tenía el prepucio de Cristo. Y en el siglo XI había al menos tres cabezas de Juan Bautista rodando por ahí.

(Esto me recuerda una historia que no viene al caso, pero va: es sabido que la tumba del revolucionario mexicano Pancho Villa fue profanada y su cabeza robada, sin que haya aparecido a la fecha, aunque se sospecha que el profanador fue el coronel Francisco Durazo. El caso es que hubo vivos que vendieron varias veces la cabeza de Pancho Villa. Se cuenta que una vez uno de estos santos patrones de los investigadores de lo paranormal fue a ofrecerle la cabeza de Villa a un personaje político, y éste le respondió muy ofendido: "¡Qué me va a vender usted la cabeza de Villa, si yo la tengo, la compré el año pasado". A lo cual, el timador respondió usando esa agilidad mental que distingue al verdadero embustero: "Sï, jefe, pero ésta es de cuando Villa era niño".)

Vuelvo al medievo dejándole un saludo a mi general Villa.

Obviamente, la acumulación de reliquias por sí misma no servía para nada. Pero la posesión de una reliquia "interesante" por parte de un templo o monasterio, especialmente una reliquia que "hiciera milagros", era ante todo (y como hasta hoy) un negociazo. La llegada de fieles prestos a dar limosna hacían que una iglesia sin reliquia estuviera condenada a medrar en la pobreza mientras veía cómo sus vecinos se hacían ricos y famosos con una falange de San Judas Tadeo, una pluma del ala izquierda del arcángel Gabriel o la cabeza de Santa Anna, máxime si por las buenas o por las malas habían convencido a un par de aldeanos para que dijeran que la reliquia les había curado una pústula o cosa similar.

No por nada, en ese siglo XI las capillas privadas del Papa en Roma tenían el cordón umbilical y, ya dijimos, el prepucio de Cristo, un trozo de la cruz, las cabezas de San Pedro y San Pablo, el Arca de la alianza, las Tablas de Moisés, el cayado de Aarón, una urna de oro llena de maná, la túnica de la Virgen, varios elementos del fondo de armario de Juan Bautista, las cinco hogazas y los dos peces que multiplicó Cristo para alimentar a cinco mil el día del Sermón de la Montaña y la mesa usada en la última cena.

Ahora, entiéndase que no habiendo médicos, ni una comprensión siquiera de las dimensiones del tiempo que separaba a la gente del siglo XI de los tiempos bíblicos, no habiendo derecho a dudar o preguntar (so pena de ser considerado hereje, muy mala cosa, como descubrieron los Templarios), no habiendo libre debate, comunicaciones ni nada que no fuera sobarse el lomo de sol a sol y a misa los domingos, el ciudadano común y corriente (o, para ser precisos, el siervo feudal común y corriente) no tenía de otra que ponerse en las manos de los monjes y sus reliquias.

Robert de Boron


En la última década del siglo XII o la primera del XIII, Robert de Boron escribió el romance Joseph d'Arimathie, otra historia imaginaria de caballerías basada en el Perceval de Chrétien (ya hablamos aquí de cómo los mercachifles de lo esotérico confunden la fantasía con la realidad, precisamente al hablar del libro de Dan Brown y los que se subien al tren para cobrar).

La aportación de Boron a la narración de Perceval fue, precisamente, imaginar que el grial era la copa de la última cena, llevada por José de Arimatea de Tierra Santa a Gran Bretaña. Era otra vuelta de tuerca como la que había dado Von Eschenbach, en el proceso de apropiarse de la historia de Perceval.

Hasta ese punto de la historia, mil y tantos años después del inicio de la era cristiana, no existía ni un solo dato, ni una sola referencia histórica, ni una prueba siquiera de que el grial fuera otra cosa que una metáfora que se convirtió en mito para insertarse en el mundo mágico de la edad media. Todo lo cual es extraordinariamente interesante, pero en modo alguno es testimonio de hechos reales. Psicología, sociología, historia de la literatura, visión del mundo de una época y una región del mundo, todo eso es el grial.

Las ganas de hacer real el cuento vinieron mucho después... y de todos modos no cuentan con ningún dato, ni una sola referencia histórica, ni una prueba de la existencia real del grial.


Lo que ciertamente no es es algo como lo que se describe en el siguiente trozo de oratez: ... el Grial fue el recipiente utilizado por Cristo durante la Última Cena, tallado, tal como lo refiere la tradición griálica, sobre una esmeralda que se desprendió de la corona que portaba Lucifer sobre la frente y que se desprendió en el momento de su caída a los Infiernos, al ser derrotado por el arcángel Miguel. Resulta significativo que antes de su caída, según la Kabala, Lucifer era el ángel de Kether, la corona, la primera de la séfiras, cuyo nombre hebreo sería Ha-Kathriel y su valor numérico 666.

Vaya, mayor colección de majaderías en tan breve espacio sólo puede encontrarse en las páginas de publicaciones como Más allá (de la razón) de donde extrajimos este parrafillo.


Fuente

jueves, 17 de mayo de 2018

Aplauden a un niño de 4 años por mostrar su destreza manejando un rifle



Es "tierno" porque es un niño blanco.

Si fuera negro seria motivo de llamar a la policia, incluso al SWAT.

Aclaro mi comentario sobre niños blancos y negros, el punto es que realmente en estados unidos un blanco que defiende su derecho a portar armas -y armas de guerra como las que usaron en la ultima masacre escolar- se ve como un verdadero patriota, mientras que un tipo negro que hace lo mismo es un criminal, un potencial asesino, y si -y no soy el unico en creerlo- un niño blanco en esta circunstancia es visto como "tierno" por algunos idiotas, mientras que un niño negro en la misma situacion la primera reaccion de esos mismos idiotas es "sus padres son irresponsables" y "le estan enseñando a ser un criminal".

Todo esto hay que verlo en un contexto mayor, el de la brutalidad policial, el privilegio blanco y otras cosas, y especialmente que en estados unidos los niños negros son vistos como mayores y menos inocentes que los niños blancos, y el resultado de eso es que matan a un niño de 12 años por llevar una pistola de juguete.

lunes, 7 de mayo de 2018

Las leyendas y mentiras sobre el naufragio del ‘Titanic’

Cien años después, el hundimiento del Titanic en el Atlántico Norte está rodeado de leyendas, mentiras y confusiones interesadas, como sucede con otros muchos hechos históricos: desde maldiciones egipcias hasta conspiraciones, pasando por sueños premonitorios y novelas que, años antes, anticiparon con gran detalle el naufragio. ¿Qué hay de cierto en todas esas sorprendentes historias? Veámoslo.

El número del casco del 'Titanic', reflejado en un espejo, se transformaba en la expresión "No Pope" (no al Papa). 

1. El número del casco, reflejado en un espejo, se transformaba en la expresión “No Pope” (no al Papa). La leyenda dice que, cuando se dieron cuenta del mensaje oculto, los trabajadores de los astilleros Harland & Wolff, de Belfast, católicos irlandeses, lo consideraron un mal presagio que se confirmó pronto con la muerte de dos de ellos. La realidad, sin embargo, es que ni el número de casco del Titanic era el 3909 04 -“No Pope”, visto especularmente- ni los operarios de los astilleros eran en su mayoría católicos, sino protestantes. Así que, aunque el número del casco hubiera sido ése, tampoco les hubiera importado. Por cierto, el número del dique de los astilleros de Belfast en el que se construyó el crucero era el 401.

Conectada con esta leyenda, está la historia de que un trabajador quedó atrapado dentro del casco y nadie se dio cuenta dada la febril actividad. Así que, antes de su botadura, el Titanic ya sería una tumba. Ominoso, pero nada más que uno de tantos rumores sin fundamento que surgieron tras la tragedia. No sólo no pasó eso, sino que únicamente murieron nueve obreros en accidentes durante la construcción del gigantesco barco, muy por debajo de la siniestralidad que cabría esperar.

2. Sueños premonitorios. Como en todas las catástrofes, no faltan en la del Titanic los sueños premonitorios a posteriori. Así, por ejemplo, se dice que el periodista y espiritista William Stead soñó en 1892 “con el hundimiento de un enorme barco; tanto como para situarlo de protagonista de una de sus deficientes novelas. Fue en el año 1892, exactamente veinte años antes del suceso, cuando describió la colisión de un gran buque con un témpano de hielo”, escribe Lorenzo Fernández Bueno en su reportaje “La maldición del ‘Titanic'”, publicado en el último número de Enigmas, revista de la que es director. Y añade: “En la desesperación del hundimiento, los tripulantes del mismo fueron socorridos por el Majestic, un barco que realmente existía por aquellos días, y que surcaba los mares capitaneado, casualidad, por Edward Smith, a la sazón primer y último capitán del Titanic“.

El periodista y espiritista William Stead. Foto: 'Wikipedia'.

Vayamos por partes. Lo primero y más importante: Stead murió en el naufragio del Titanic, así que era un vidente en la misma medida que un adivino cualquiera de los que se publicitan como tales hoy en día en prensa, radio y televisión. Resulta arriesgado, siquiera, conceder a Stead el crédito de que soñara lo que decía haber soñado y que no se tratara sólo de una maniobra de mercadotecnia. De todos modos, en la época, eran bastante comunes los choques con icebergs en el Atlántico Norte, por lo que ese escenario para un sueño de alguien que viajaba no resulta ajeno.

“Los de Stead son relatos moralizantes con los que critica la legislación de su época. Como ejemplo bestia, llegó a comprar una niña para denunciar la vista gorda que hacían las autoridades con la trata de niñas para la prostitución”, me ha explicado Luis Miguel Ortega, del Círculo Escéptico y un apasionado de la historia del Titanic. Ya en 1886, Stead había escrito un relato en la revista Pall Mall en el que un vapor de pasajeros choca con otro barco y hay gran cantidad de muertos debido a la escasez de botes salvavidas, algo permitido por las autoridades. Que pusiera al Majestic de coprotagonista de su novela de 1892, titulada From the Old World to the New (Del Viejo Mundo al Nuevo), no es tampoco tan extraño. “El Majestic estaba en servicio desde 1889 y era el buque más famoso de la White Star Line, el más reciente y lujoso. Y, en contra de lo que apunta Fernández Bueno, en 1892 su capitán no era Smith”, apunta Ortega. Smith fue capitán del Majestic entre 1895 y 1904, cuando, dada su fiabilidad, la White Star Line le encomendó los viajes inaugurales de sus nuevos barcos. Por eso, estaba el 12 de abril de 1912 en el puente de mando del Titanic, como lo había estado antes en el del Olympic.

Hay otros ejemplos de sueños premonitorios que, supuestamente, llevaron a quienes los vivieron a negarse a hacer el viaje o, por incrédulos, al fondo del mar. El problema, como siempre pasa en estos casos, es que nadie dejó escrito antes que hubiera soñado lo que ocurrió en la noche del 12 al 13 de abril de 1912. ¿Que hubo gente que soñó con el hundimiento de un gran buque de pasajeros tras chocar con un iceberg? Seguro. Era un escenario familiar en aquellos tiempos, como hoy lo es un accidente de avión o de automóvil. Pero eso no implica que se tratara de premoniciones. Cualquier noche de finales del siglo XIX y principios del XX, cientos de millones de personas soñaban en Europa y Norteamérica. Con cualquier cosa. “Dicho de otro modo, entre tantos jugadores, alguno tiene que ganar, pero se trata de una ley estadística, no paranormal”, como indica Massimo Polidoro en su libro Los grandes misterios de la Historia.

3. Futility: la novela que predijo el hundimiento del Titanic. Si hay una predicción de la que se hacen eco todos los amantes del misterio es la de Morgan Robertson quien, a juicio de Carmen Porter, protagonizó “una casualidad imposible” al describir en su novela Futility, or the wreck of the Titan (Futilidad, o el naufragio del Titan), publicada en 1898, una catástrofe similar a la del famoso trasatlántico por un barco de ficción que parece un gemelo del Titanic. El Titan de Robertson no sólo tiene un nombre que evoca el del crucero hundido hace cien años, sino que además  sus características técnicas son casi las mismas: tiene 240 metros (frente a 268 del Titanic), 40.000 caballos de vapor (46.000), capacidad para 3.000 pasajeros (3.000), tres hélices (tres), choca contra un iceberg en el Atlántico Norte en una medianoche de abril a una velocidad de 25 nudos (22,5) y únicamente sobreviven 13 personas (705) porque llevaba menos botes salvavidas de los necesarios. ¿Simple coincidencia o fenómeno paranormal?

Recorte de 'The New York Times', de septiembre de 1892, con las características técnicas del 'Gigantic'.

“Decir que lo narrado por Robertson es increíble se queda corto. Rompe de un plumazo todas las barreras de la probabilidad”, sentencia Fernández Bueno, quien recuerda en su reportaje que el novelista era espiritista y “tenía la peculiaridad de escribir a veces en estado de trance”. Algo así sólo es apto para las tragaderas de un lector de Enigmas o un espectador de Cuarto Milenio. El fallecido Martin Gardner dio con una explicación mucho más creíble:  el 17 de septiembre de 1892, The New York Times publicó una breve nota en la que anunciaba que la White Star Line había encargado la construcción de un gran trasatlántico, el Gigantic, de 213 metros, 4.500 caballos de potencia (Gardner y otros ponen 45.000, pero la noticia original dice 4.500; quizá hubo una suma de errores: un cero de menos en su día en el periódico y otro posterior de Gardner con un cero de más sobre el recorte), tres hélices, una velocidad máxima de 27 nudos…

Nombres como Titan y Titania no eran algo extraño en los barcos de la época, ni tampoco el peligro de los icebergs. Así, el 4 de noviembre de 1880, The New York Times informaba de que un vapor de nombre Titan había llegado a Halifax tras encontrarse con “un terrible huracán”, y una búsqueda en el archivo del diario neoyorquino demuestra que las alertas por icebergs en el Atlántico Norte eran normales en primavera. Un sello de la White Star Line era que los nombres de sus buques acababan en ic. Cuando Robertson escribió su novela, tenía un Oceanic, un Britannic, un Teutonic y un Majestic, y sobre el papel un Gigantic para un gran trasatlántico de lujo. Como dice Gardner, otro nombre lógico para un buque así sería Titanic, al que el novelista quitaría la ic para no referirse directamente a un barco de la White Star Line. Por cierto, en otra novela de 1902, titulada A twentieth-century cinderella or $20,000 reward (Una cenicienta del siglo XX o la recompensa de 20.000 dólares), el escritor William Winthrop cita ¡un Titanic de la White Star Line!, aunque no lo hace naufragar. ¿Casualidad imposible?, como dice Porter. ¿Increíble?, como sostiene Fernández Bueno. ¿O simple consecuencia de la documentación del novelista?

Los restos del 'Titanic', en el fondo del océano. Foto: National Geographic Channel.


4. El Titanic iba a gran velocidad, a pesar del riesgo de icebergs, porque la naviera quería que batiera el record en cruzar el Atlántico. “Las órdenes comunicadas al capitán Smith por la dirección de la compañía fueron claras antes de zarpar: que el Titanic pulverizara el record de travesía del Atlántico en su viaje inaugural”, dice Fernández Bueno, quien añade que el capitán “se dejó cegar por la posibilidad de alcanzar su destino antes de lo previsto y restó importancia a la zona de témpanos de hielo que atravesaban y cuyo anuncio llegó a través del telégrafo”. Según él, el naufragio supuso “la bancarrota” para la White Star Line, propietaria del Titanic. Otra vez, la desmedida ambición humana; otra vez, el castigo divino; otra vez, la fantasía se impone a la realidad.

A principios del siglo XX, la Cunard tenía la flota de trasatlánticos más rápidos. Frente a eso, la White Star Line centró su estrategia en construir los más grandes y lujosos. Con sus 24 nudos de velocidad máxima, el Titanic estaba por debajo de los 26 que alcanzaban los barcos de la Cunard, así que difícilmente podía batir record de velocidad alguno, aunque imaginarse a Bruce Ismay, presidente de la naviera, ordenándoselo al capitán en el puente quede muy cinematográfico y sirva, de paso, para culpar del desastre a un acaudalado empresario. Como indican Paul Louden-Brown, Edward Kamuda y Karen Kamuda en la web de la Sociedad Histórica del Titanic, éste y otros rumores fueron en realidad una invención de la prensa estadounidense y, en particular, de los diarios propiedad del magnate William Randolph Hearst.

“Otro mito es que, tras el desastre, la compañía entró en declive terminal, lo que no es cierto. En 1913, la White Star Line registró su record de ganancias. Un enorme número de inmigrantes cruzaba al Atlántico, lo que aseguraba el futuro de la naviera”, escriben Louden-Brown y los Kamuda.

La Momia de la Mala Suerte. Foto: Museo Británico. 

5. El Titanic se hundió como consecuencia de la maldición de una momia egipcia que transportaba. En las bodegas del trasatlántico, viajaba la momia de la princesa egipcia de Amon-Ra, que vivió 1.500 años antes de Cristo (aC). Su sarcófago fue descubierto en Luxor en la década de 1890 y, desde entonces, todos los que entraron en contacto con él acabaron mal: uno se adentró caminando en el desierto y desapareció; otro sufrió un disparo accidental de un sirviente; tres miembros de la familia inglesa que la compró fueron víctimas de un accidente de tráfico y su casa ardió; se expuso en el Museo Británico, donde siguió sembrando el pánico y el mal entre trabajadores y visitantes… Ningún museo quería la momia maldita. Se puso a la venta, la compró un particular y consultó con la ocultista Helena Blavatsky, quien le animó a deshacerse de ella porque contenía la esencia del mal. Al final, la adquirió un arqueólogo estadounidense y embarcó con ella en el Titanic: momia y propietario acabaron el 12 de abril de 1912 en el fondo del Atlántico Norte con otras 1.516 personas.

Es una historia digna de una película de terror, pero nada más. Para empezar, Blavatsky murió en 1891, así que no pudo examinar la momia cuando dice la leyenda, después de años pasando de mano en mano. Por supuesto, no hay ninguna momia en el manifiesto de carga del Titanic, como tampoco hay referencia alguna a un tesoro que, según algunos conspiranoicos, viajaba a bordo y llevó a los malvados de turno a hundir el trasatlántico para hacerse con él. La leyenda de la maldición egipcia fue una creación de William Stead, periodista y espiritista, y Douglas Murray en dos fases: la primera fue la invención de la historia de una momia alrededor de la cual se destruía todo; la segunda, cuando durante una visita al Museo Británico vieron un sarcófago y lo convirtieron en el ataúd de un alma atormentada. Conectaron los dos hechos, contaron la historia a unos periodistas y éstos -cual misteriólogos actuales- difundieron acríticamente los sensacionales hechos. La historia de la momia maldita conectó con el Titanic porque uno de los supervivientes de la tragedia contó en Nueva York a la prensa que el antes citado William Stead, que viajaba en el barco, la había relatado durante la cena del 12 de abril.

La Momia de la Mala Suerte existe, aunque no es una momia ni corresponde a una denominada princesa de Amon-Ra. Se trata de un sarcófago policromado, de madera y yeso, de la XXI Dinastía, hacia 950 aC, adquirido para el Museo Británico en 1889. Se cree que tuvo en su interior la momia de una mujer, por la figura pintada en su frente, y que sería de la clase dirigente egipcia, pero nada más. Hasta 1997, nunca había salido del museo londinense y, desde 2003, el sarcófago se ha expuesto en varios museos asiáticos sin que pueda achacársele ninguna desgracia.

6. Fue la primera vez que se uso la señal telegráfica de SOS. “El segundo telegrafista, Harold Bride, decidió poner en marcha la nueva señal SOS -‘save our souls’, salvad nuestras almas- con el objetivo de que alguien respondiera a su dramática petición de ayuda. Fue la primera vez que se empleó el SOS”, escribe Fernández Bueno en Enigmas.

El uso del SOS como llamada de socorro en código Morse se acordó en noviembre de 1906 durante la segunda Convención Radiotelegráfica Internacional, celebrada en Berlín, y la señal empezó a utilizarse el 1 de julio de 1908. Según recoge el portal Snopes.com, antes del hundimiento del Titanic, había sido empleada, por ejemplo, por el vapor Arapahoe el 11 de agosto de 1909, por el Kentucky el 4 de febrero de 1910 y por el Merida el 13 de mayo de 1911. El SOS se adoptó internacionalmente por su facilidad de reconocimiento en Morse, ya que consiste en tres puntos (S), tres rayas (O) y tres puntos (S), y no quiere decir nada, ni “salvad nuestras almas” ni “salvad nuestro barco” (safe our ship, en inglés), expresiones que posiblemente tuvieran al principio utilidad mnemotécnica.

Fuente: Magonia